martes, 23 de febrero de 2010

Incendiarios


El evangelio debe encender fuegos. Dios no nos da su Espíritu solo para ayudarnos a predicar elocuentemente. El Espíritu de Dios debe encender un fuego en nuestros corazones para que podamos compartirlo. Cristo dijo: "... separados de mí nada podéis hacer" (Juan 15:5). Más tarde, también dijo a sus discípulos que no hicieran nada hasta que recibieran poder desde lo alto. La Biblia nos dice que cuando llegó el poder, el Espíritu se manifestó en forma de lenguas de fuego sobre cada uno de ellos.
Jesús les dijo a sus discípulos que salieran en grupos de a dos (Lucas 10:1). Esto nos recuerda cuando Sansón envió zorras con teas encendidas. Las mandó de dos en dos para que prendieran fuego a la mies y a los viñedos del enemigo (Jueces 15). Los discípulos también fueron enviados por Dios para que arrasaran los territorios del diablo con el fuego del evangelio. Eran los nuevos Elías que traían fuego del cielo.
Hasta tanto el fuego de Dios no caiga sobre nosostros, como pueblo de Dios, nuestra vida cristiana y nuestras actividades dentro de la iglesia seguirán siendo aburridas y rutinarias. Sería imposible recibir el fuego divino en una iglesia desde cuyo púlpito solo se emiten ensayos, prédicas moralistas y amplias disertaciones de como administrar la economía de la iglesia. Esa es una palabra fría, incapaz de encender la chispa del fuego de Dios en nuestros corazones. Recordemos a los dos hombres que escucharon a Jesús en el camino a Emaús. Regresaron a sus casas con los corazones ardiendo. Estoy seguro de que Jesús no les hablo de política, ni les dió sugerencias o consejos. Eso no hubiera encendido sus corazones, Jesús vino a "prender fuego en el mundo" (Lucas 12:49).
La misión de Jesús no es fácil ni divertida. Satanás se esfuerza porque no lo sea. El diablo es un destructor, por eso Dios envió a sus siervos advirtiendoles que enfretarían peligros. Él les dijo: "... no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno" (Mateo 10:28). ¿Qué es el dolor físico comparado con una vida que arde con el gozo y la alegría de Jesús? ¿Qué es el peligro corporal comparado con la recompensa de la vida eterna? ¿No es maravillosa la tarea que Él nos encomienda? "Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia" (Mateo 10:8)

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