martes, 23 de febrero de 2010

El nacimiento de Jesús


Nuevas de Gran Gozo.

En la pequeña ciudad de Nazaret, situada entre las colinas de Galilea, se hallaba el hogar de José y María, conocidos más tarde como los padres terrenales de Jesús.
José era del linaje o de la familia de David; de manera que cuando se promulgó un decreto para realizar un censo al pueblo, tuvo que ir a Belén, la ciudad de David, para hacer inscribir su nombre. Fué éste un viaje penoso, teniendo en cuenta la forma de viajar de aquellos tiempos. María, que iba con su esposo, se sentía muy cansada al ascender la colina sobre la cual se levantaba Belén.
¡Cómo anhelaba tener un lugar cómodo para descansar! Pero las posadas ya estaban llenas. Los ricos y orgullosos estaban bien cuidados, mientras que estos humildes viajeros debían encontrar descanso en un rústico edificio donde se albergaba el ganado.
José y María tenían pocas riquezas terrenales, pero poseían el amor de Dios, y esto los hacía ricos en contentamiento y paz. Eran hijos del Rey celestial, que estaba por conferirles un honor maravilloso.
Los ángeles habían estado cuidándolos mientras se hallaban de viaje, y cuando vino la noche, y fueron a descansar, no habían de sentirse solos. Los ángeles siempre estaban con ellos.
Allí, en ese humilde albergue, nació Jesús, el Salvador, y fué colocado en un pesebre. En esa rústica cuna yacía el Hijo del Altísimo, Aquel cuya presencia había llenado los atrios del cielo con su gloria.
Antes de venir a la tierra, Jesús era el Comandante de las huestes angelicales. Los más brillantes y exaltados de los hijos de la mañana proclamaban su gloria en la creación. Velaban sus rostros ante él cuando se sentaba en su trono. Echaban sus coronas a sus pies, y entonaban sus cánticos de triunfo cuando contemplaban su grandeza.
Sin embargo, este Ser glorioso amaba al pobre pecador, y tomó sobre sí la forma de un siervo, para sufrir y morir por nosostros.
Jesús podría haber permanecido al lado del Padre, ostentando la corona y el manto reales; pero por nuestra causa escogió cambiar las riquezas del cielo por la pobreza de la tierra.
Escogió abandonar su puesto en el alto comando, y dejar a los ángeles que lo amaban. Resolvió cambiar la adoración de la hueste angelical por la burla y el abuso de los hombres malvados. Porque nos amaba, aceptó una vida de privaciones y una muerte vergonzosa.
Todo esto lo hizo Jesús para mostrarnos cuánto nos ama Dios. Vivió sobre la tierra para mostrarnos cómo hemos de honrar a Dios por la obediencia a su voluntad. Lo hizo para que, siguiendo nosotros su ejemplo, pudiéramos por fin habitar con él en su hogar celestial.
Los sacerdotes y gobernantes judíos no estaban listos para dar la bienvenida a Jesús. Sabían que el Salvador pronto había de venir, pero lo esperaban como un rey poderoso que los hiciera ricos y grandes. Eran demasiado orgullosos para pensar en el Mesías como un niño indefenso.
De manera que cuando Cristo nació, Dios no se lo reveló a ellos. Envió las buenas nuevas a algunos pastores que guardaban sus rebaños sobre las colinas en torno a Belén.
Estos eran hombres buenos, y mientras guardaban sus ovejas de noche, hablaban entre ellos acerca del Salvador prometido, y oraban tan fervientemente por su venida, que Dios envió mensajeros resplandecientes desde su propio trono de luz para manifestarles ese conocimiento.

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