viernes, 5 de marzo de 2010

LA VISITA DE LOS MAGOS


Dios quería que la gente se enterara de la venida de Jesús a la tierra. Los sacerdotes debían haber enseñado al pueblo a buscar al Salvador; pero ellos mismos no se enteraron de su venida.
De manera que Dios envió angeles para anunciar a los pastores que Cristo había nacido, y dónde podrían encontrarlo.
De la misma manera, cuando Jesús fué presentado en el templo, hubo quienes lo recibieron como el Salvador. Dios había preservado la vida de Simeón y de Ana, y ellos tuvieron el gozoso privilegio de testificar que Cristo era el Mesías prometido.
Dios se proponía que otros, así como los judíos, supieran que Cristo había venido. En un país alejado en el Oriente había hombres sabios que habían estudiado las profecías concernientes al Mesías, y creían que su venida estaba cerca.
Los judíos llamaban paganos a estos hombres; pero no eran idólatras. Eran hombres honrados, que deseaban conocer la verdad y hacer la voluntad de Dios.
Dios mira el corazón, y él sabía que estos hombres eran dignos de confianza, se hallaban en una condición mejor para recibir luz del cielo que los sacerdotes judíos, que estaban tan llenos de egoísmo y orgullo.
Estos hombres eran filósofos. Habían estudiado la obra de Dios en la naturaleza, y habían aprendido a amarlo. Habían estudiado las estrellas, y conocían sus movimientos.
Les gustaba escudriñar los cuerpos celestes en su marcha nocturna, y si se veía una estrella nueva, darían la bienvenida a su aparición como a un gran acontecimiento.
Esa noche, cuando los ángeles se apersonaron a los pastores de Belén, los sabios habían notado una luz extraña en el cielo. Era la gloria que rodeaba a la hueste angelical.
Cuando esta luz se disipó, habían visto en el cielo lo que aparecía como una estrella nueva. Inmediatamente pensaron en la profecía que decía: "Saldrá Estrella de Jacob, y levantaráse cetro de Israel" (Números 24:17).
¿Era esta estrella una señal de que había venido el Mesías? Determinaron seguirla, y ver a donde los dirigía. Los guió hasta Judea, pero cuando llegaron cerca de Jerusalen, la estrella se empaño tanto que ya no podían seguirla.
Suponiendo que los judíos inmediatamente los iban a guiar a donde estaba el Salvador, los sabios fueron a Jerusalén y dijeron: "¿Donde está el Rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente y venimos a adorarle.
"Y oyendo esto el rey Herodes, se turbó, y toda Jerusalén con él. Y convocados todos los príncipes de los sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo. Y ellos le dijeron: En Betlehem de Judea; porque así está escrito por el profeta" (San Mateo 2:2-5).
A Herodes no le gustaba oir hablar de un rey que algún día tomaría su trono. Así que se entrevistó a solas con los sabios y les preguntó cuándo habían visto la estrella por primera vez. Entonces los envió a Belén diciendo: "Andad allá, y preguntad con diligencia por el niño; y después que le hallareis, hacédmelo saber, para que yo tambien vaya y le adore".
Cuando los sabios lo oyeron, continuaron su viaje. "Y he aquí la estrella que habían visto en el oriente, iba delante de ellos, hasta que llegando, se puso donde estaba el niño. "Y entrando en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, le adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron dones, oro e incienso y mirra" (San Mateo 2:6-11).
Lo más precioso que tenían los sabios, lo traían para el Salvador. En esto nos dieron un ejemplo. Muchos hacen regalos a sus amigos terrenales, pero no tienen nada para el amigo celestial que les ha dado todas las bendiciones. No debemos hacer esto. A Cristo debemos traerle lo mejor de todo lo que tenemos, nuestro tiempo, nuestro dinero y nuestro amor.
Podemos darle a él al donar de nuestros recursos para consolar a los pobres y para enseñar a la gente acerca del Salvador. Así podemos ayudar a salvar a aquellos por quienes él murió. Esos son los dones que Jesús bendice.

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